-Claro que me la vendió ¿Por qué no le creés?
-Yo no soy boludo, igual está bien. Te acompaño a tu casa a llevarla.
Así empezó la charla. Jueves a las 9 de la noche, con frío.
Me acompañó a casa, entramos la tele. Y quería seguir hablándome. Me pidió que lo acompañara a su casa, porque había quedado el control. Yo sabía que tenía el control en mi campera, igual lo acompañé.
Ni bien entramos me contó que el lunes a la tarde había tenido un pre infarto.
-El corazón me dio tres sacudidas, me asusté gorda.
-Pero estás re duro y me ofreciste whisky. Déjate de joder, porque con esto sí estás siendo un boludo.
-¿Y qué querés que haga? Tomé poco (me hizo la medida con los dedos), lo que pasa es que a mí me pega mucho.
-¿Qué es poco? ¿Qué es mucho? ¿Comparado con qué?
-No me rompas las bolas. Andate y no me jodas más.
En ese mismo instante me abrazó. Me dijo que me quería e iba a llamarme cuando se sintiera mal o necesitara hablar con alguien. También me pidió que le limpiara la casa cuando él no esté, que me haría un juego de llaves y después me paga.
Volvió a repetir que sabía que no me había vendido la tele.
-¿O no? ¿Estoy mintiendo? Te la llevás porque cuando vengan las putas que meto acá se la van a llevar y yo no se la puedo cuidar.
-Si, es verdad. No me vendió nada. La tengo yo hasta que ella vuelva de su aventura.
-No tenía que mentirme, es una tarada.
¿Es posible sacar a un duro de la merca?