(…) “Un martes lluvioso y oscuro de noviembre, a media tarde: el momento ideal para estar en una librería. La luz declinante de la tarde y el sosiego y el silencio de la hora hacen que todo parezca más cercano: los anaqueles, los libros y los pocos clientes que se rozan con la cabeza gacha por los estrechos pasillos. Hay un dependiente en el mostrador que contempla la calle a través del escaparate, tomándose un respiro antes de la avalancha de la última hora. Yo he venido a buscar un libro.
Desde hace varios días siento el impulso de comprarme uno. He pasado ya unas cuantas librerías y, aunque he visto centenares de libros, no he encontrado ninguno que satisfaga ese deseo. No es que no tenga ganas de leer, hay un montón de libros estupendos aún no leídos junto a la cama. Por no hablar de todos los libros del salón, estantes enteros, que más de una vez me he propuesto releer. Aún así siento un apetito exasperante por el próximo aunque no sepa cuál es. Ya no intento analizar la naturaleza de ese apetito; me di por vencido hace tiempo por esta pasión por los libros que he sufrido durante casi toda mi vida. Conozco bastante el curso de esta dolencia para saber que pronto encontraré algo” (…)
Lewis Buzbee. Una vida entre libros: memorias de un amante de la palabra escrita. 2006. Ed.Tempus.
Este maravilloso extracto de un libro describe perfectamente lo que siento y sienten muchos lectores cuando entran en una librería. Pero ese libro maravilloso existe y nos espera con total paciencia, sabe que vamos a llegar a él.
A mí me pasó con un libro de Richard Lackey, un arqueólogo keniata. Su libro se llama “En defensa de la vida salvaje” (editado por la National Geographic) Un libro que me quemó la cabeza. Y lo compré en una librería de Corrientes a tan solo $8.
Tendrás que sacarte te bello antifaz. (Tendré que aprender a amar- Fito Paez)
miércoles, 9 de septiembre de 2009
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