En la escena había un maniquí víctima de abuso sexual con
heridas de bala en el torso.
Todo era complemente bizarro. El abusador, si así hay que
llamarlo, era una persona que aún no había reconocido la policía.
Mas que abusador era psicópata. ¿Qué le pasaba a esa persona
para violar a un muñeco con forma de mujer vestido con lencería erótica?
Esa mañana fue extraña.
Mis padres vivían de un negocio de lencería erótica y
objetos sexuales. Todas las mañanas me llevaban a la escuela y después se iban
al local. Muchos días desviaban el camino para pasar por la puerta del local y
ver si todo estaba bien. Esa mañana era distinta.
Doblamos en la esquina y se veían policías, patrulleros y
muchos curiosos. De lejos no sabíamos si era nuestro local o de algún comerciante
de la cuadra. Sí, era la lencería de mis padres. No me dejaban entrar porque el
contenido era demasiado fuerte para una nena de 7 años.
Estaban tan nerviosos que pararon. Yo me quedé con mi mamá
en el auto. Ella trataba de calmarse. Todo parecía un robo. Como mi papá no
volvía y mi mamá no controló sus nervios bajó del auto y me pidió que por favor
no me moviera, que iba a buscarlo para que me llevara al colegio.
Yo no entendía qué pasaba, sabía que no era bueno.
Mi curiosidad también era alta, aún sabiendo que no podía
moverme del auto bajé y entré al local.
Seguramente los policías estaban dispersos como para no ver a una nena
con ropa escolar entrar a un local de
lencería. Mis padres estaban alterados.
Entonces escuché esas palabras de alguno de los policías:
-No hubo hurto, ya revisamos el local. La caja registradora
se encuentra cerrada, todo en su lugar. El maniquí fue víctima de abuso sexual
y con agujeros de bala en el torso. No sabemos qué pasó. ¿Tiene cámaras?
Solo se veía un poco de mercadería en el piso, portadas de
películas con mujeres y hombres desnudos, un maniquí en el piso con la ropa que
exhibía rasgada y agujeros. Eso vi yo. Me quedé sorprendida por las fotos de
las películas, no se parecían a las que tenía en mi casa con dibujos de
animales.
Me vieron, rápidamente mis padres me subieron al auto y me
dejaron en la escuela. Fingían estar relajados. Por una semana no pude sacarme
esas imágenes de la cabeza.
Durante un mes solo se hablaba de ese robo extraño en mi
casa. ¿Quién era? ¿Por qué lo hizo? ¿Era un abusador? ¿Había un violador por la
zona? ¿Era un ladrón? ¿Por qué una lencería? ¿Conocían a esta persona?
Ese mes la policía venía a mi casa, mis papás al juzgado,
llamadas telefónicas. Por un tiempo tuvimos la línea telefónica conectada con
la policía por si llamaba esta persona. Nunca llamó y nosotros tampoco podíamos
llamar a nadie.
Una vez que terminó todo me explicaron que una persona mala
había entrado a la lencería para robar, vio a uno de esos muñecos que parecen
personas, se confundió, lo mató y escapó. Para una niña de 8 años era una
explicación razonable.
Poco tiempo después nos mudamos a otra ciudad. Mis papás
volvieron a poner el local de lencería y todo parecía normal. Me olvidé de ese
episodio, pero siempre viví con mucho rechazo a los maniquíes.
Ahora tengo 25 años, les pregunté ¿Qué había pasado
realmente?
La realidad es que esa persona se llamaba Rodolfo Sebastián
Santoro, tenía 25 años cuando sucedió, era paciente psiquiátrico que se había
escapado del hospital. En esos días la policía lo buscaba por haber abusado y
matado a algunas mujeres de la zona. Su trastorno lo llevó a entrar a la
lencería y abusar de un muñeco. Durante ese año no pudimos mudarnos porque sin
querer estábamos metidos en un caso policial. Hoy Rodolfo está preso.
Nos mudamos en cuanto pudimos porque nosotros estábamos
amenazados, mi mamá podía ser víctima de este hombre.
Nunca más volvimos al barrio de mi infancia.